LA JÁNCANA
SEGUNDA PARTE
Las noches siguientes serán dedicadas a escoger las castañas y a raspar los trozos de cáscara, que a golpe de pila en el mazón no fueron adecuadamente eliminadas, con viejas y herrumbrosas navajas mochas, a las que faltaba media hoja por lo menos.
Una de esas noches de finales de noviembre, después de cenar, se reunieron en casa de Juanillo con su familia varios tíos y algunos vecinos, con su hijos respectivos, para echar una mano en la lenta faena del raspado de las castañas.
La tarea seguía monótona e inacabable. En la lumbre, unos palos de olivo y varias cepas de brezo rojo se consumían al compás del flamear de las llamas. En las llares colgaba un viejo cubo de cinc, agujereado a propósito, donde calmosamente se asaban las castañas o carbotes, a fuego lento. Tras el necesario reposo de los carbotes, se hacía un alto en la faena para comerlos, avanzada la velada, cuando ya la digestión de la temprana cena corría presurosa hacia su término. Algunos, en especial los que disponían de mala dentadura, preferían las tortas y aplastaban con el "machuco", una especie de martillo o mazo de madera que se usaba para machacar las castañas asadas, principalmente las que presentaban cierta resistencia a ser peladas. Los muchachos pelaban con rapidez los carbotes, y guardaban, seguramente los mejores, para comer al día siguiente durante el recreo de la escuela.
Avanzaba la noche y los chiquillos comenzaban a mostrarse especialmente latosos y molestos, en parte por el aburrimiento y la monotonía, en parte porque ya les iba venciendo el sueño, y esto les hacía cada vez más impertinentes e inaguantables. Juanillo era reprendido por su padre cada vez que sacaba de la lumbre un tizón encendido y lo agitaba por los aires sin perder su moviendo con los ojos, fascinado por la estela colorida que dejaban las llamas tras de sí.
- ¡No juegues con los tizones, que te vas a orinar en la cama!
Su primo tocó la base metálica de las llares y se quemó en un dedo. Como premio por semejante acción recibió como recompensa un pescozón inesperado. Así, sin rechistar, arrugó el hocico y se tranquilizó por un momento.
El hijo del vecino se tiznó al tocar el "carbochero" donde se habían asado las castañas. Como por instinto, su mano se dirigía a limpiarse en la falda de la madre; pero su corto vuelo fue detenido en seco por un manotazo del padre, que adivinó al segundo las intenciones del muchacho.
Es muy tarde, y los mayores, cansados por el trabajo, ya no aguantan el continuo guerrear de los muchachos, unos y otros gritan desesperados:
- ¡Qué latosos estáis; os podíais ir a dormir y dejadnos trabajar en paz!-
Pero los pequeños no están por la labor de seguir tales consejos y vuelven a incordiar, hurgando en las cepas de la lumbre para que salten chispitas o potricos, echando cáscaras de castaña al fuego para que restallen saltarinas al arder o contiendo las navajas para imitar a los mayores que rascan las castañas, con el consiguiente peligro de la cortadura.
Entonces el abuelo, con su tono de patriarca, comienza a hablar de la “Jáncana”, para tratar de atrapar la atención de los chiquillos y mantenerlos dentro del mayor orden posible.
- A los muchachos malos que no se quieren dormir se los va a llevar la Jáncana…
- Eso, eso, vamos a llamarla, que venga, que venga…amenazan los mayores.
De entre todos amenaza la atención y la curiosidad de Juanillo, que interrumpe preguntando:
- ¿Y qué es eso de la Jáncana?...
Adaptación de un fragmento del cuento “La Jáncana”,
de José Luís Sánchez Martín
Ahora practica con ejercicios.
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