sábado

Lectura décima.

LA JÁNCANA


TERCERA PARTE


La Jáncana es una mujer muy, muy grande, como un gigante por lo menos, con barbas desaliñadas, que tiene una cabeza muy, muy gorda y un ojo muy grande en medio de la frente, ojo que es capaz de verlo todo; hasta lo más escondido y resguardado.

Pero eso no es lo peor de todo; lo peor es que se traga a los niños enteros, sin masticar siquiera. Y no se le escapa ni uno…

Los ojos de los chicos se abren como platos, expectantes, en señal de alarma y a la defensiva. Así, estando tan atentos a la historia que les contaba el abuelo sobre esa extraña mujer, un gato salta de improviso en el leñero a la caza de algún ratón y un tronco resbala escandaloso desde la cumbre de un montón de leña, los chicos se sobresaltan asustados y se acurrucan buscando protección. Un brillo frío cruza sus miradas y las respiraciones son cada vez más intensas, tanto que son oídas por todos los que estaban en la sala sin ningún tipo de esfuerzo.

Juanillo hace esfuerzos por tragar esas gotas de saliva que se resisten molestas en la garganta. Ya se imagina y ve a la Jáncana desgreñada que sale del leñero con el gato entre las fauces, casi devorado, y el rabo ligeramente asomando por la comisura de los labios. Sólo tenuemente balbucea:

- ¡Pues me tapo la cabeza con las mantas y no me ve!

Enseguida, las risotadas de todos los presentes se hacen notar y suenan inexplicables en los oídos de Juanillo, que siente un terror inconfesable.

Bien entrada la noche se da por terminada la faena y cada cual emprende el camino de su casa. El cielo parece una gran alfombra agujereada de puntitos relucientes , la luna está menguante y resulta insignificante en medio de la noche. Hace rato que comenzó a helar y están resbaladizas las piedras del enrollado de la calle. Incomprensiblemente un gato despistado, quizás en celo, se despereza en al cumbrera de la casa de enfrente.

La madre acompaña a Juanillo a la cama y lo arropa, le da las buenas noches de forma cariñosa y con mimo. Pero Juanillo no puede dejar de pensar en la horrible Jáncana, se encoge entre las mantas y se tapa la cabeza, como medida preventiva ante el peligro...Tarda en dormirse, pero al fin, rendido, acaba por conciliar el sueño.

Pero no resulta un sueño apacible como otras veces. Se vuelve y se revuelve entre las mantas, sin terminar de adoptar una postura cómoda. Estira las piernas bruscamente, parece una coz, aprieta bien los dedos de la mano, tanto que ya no puede más y suda; suda un sudor frío y lleno de miedo y de impotencia. Se está soñando que la Jáncana lo coge. Quiere correr de prisa y mueve las piernas con velocidad y agitación; pero sus pies aplomados por el terror se pegan al suelo y no avanzan, no se mueven..Y la Jáncana se acerca con sus fauces ensangrentadas entreabiertas y sus barbas erizadas rugiendo ferozmente, acuciada por una hambre canina que le remueve las tripas. Ya casi le roza; y él se mueve más y más, apretujado en el remolino de las mantas...

Cuando parece que ya está a punto de devorarlo entre sus apestosas fauces, se despierta bruscamente sobresaltado y comprueba que se ha orinado encima involuntariamente mientras dormía, mientras sus fuerzas estaban concentradas en la huida del monstruoso ser... Con el ajetreo se ha destapado y la humedad le sube, todavía templada y reciente, hasta empaparlo todo. Cuando se da cuenta de lo que le ha pasado, se queda callado y no protesta, hasta que amanece.

Por la mañana la madre acude a despertarlo y descubre la mancha, ampliamente desplegada sobre la sábana. Pregunta, sin intención de reñirle:

- ¿Qué te ha pasado Juanillo?

- Que corrí y corría, pero la Jáncana me cogía...

El niño cuenta a la madre el miedo que ha pasado y que por eso se ha orinado sin querer. La madre se ríe por dentro, y le promete a Juanillo que nunca más volverán a asustarlo con el cuento de la Jáncana. El chico,cansino, se despereza, y muestra señales de querer dormir más, pero se aproxima la hora de ir a la escuela, y no puede quedarse en la cama ni un minuto más.

Por los cerros del Manaero los primeros rayos solares devuelven a los montes el colorido robado por la negra envoltura de la noche. Un borrico rebuzna ruidosamente, reclamando la presencia de su amo, con la ración tempranera de comida. Bajo el portal del corral, un perro encaracolado sobre un viejo serón de esparto se resiste a abandonar su prolongada postura de descanso. Mientras el mito de la Jáncana se desvanece para muchos, para otros tantos siempre estará al acecho... presente en sus memorias desde que sus abuelos le contaban el cuento de la Jáncana justo antes de irse a dormir.

Adaptación de un fragmento del cuento “La Jáncana”,

de José Luís Sánchez Martín



Ahora practica con ejercicios.

Lectura novena.

LA JÁNCANA


SEGUNDA PARTE


Las noches siguientes serán dedicadas a escoger las castañas y a raspar los trozos de cáscara, que a golpe de pila en el mazón no fueron adecuadamente eliminadas, con viejas y herrumbrosas navajas mochas, a las que faltaba media hoja por lo menos.

Una de esas noches de finales de noviembre, después de cenar, se reunieron en casa de Juanillo con su familia varios tíos y algunos vecinos, con su hijos respectivos, para echar una mano en la lenta faena del raspado de las castañas.

La tarea seguía monótona e inacabable. En la lumbre, unos palos de olivo y varias cepas de brezo rojo se consumían al compás del flamear de las llamas. En las llares colgaba un viejo cubo de cinc, agujereado a propósito, donde calmosamente se asaban las castañas o carbotes, a fuego lento. Tras el necesario reposo de los carbotes, se hacía un alto en la faena para comerlos, avanzada la velada, cuando ya la digestión de la temprana cena corría presurosa hacia su término. Algunos, en especial los que disponían de mala dentadura, preferían las tortas y aplastaban con el "machuco", una especie de martillo o mazo de madera que se usaba para machacar las castañas asadas, principalmente las que presentaban cierta resistencia a ser peladas. Los muchachos pelaban con rapidez los carbotes, y guardaban, seguramente los mejores, para comer al día siguiente durante el recreo de la escuela.

Avanzaba la noche y los chiquillos comenzaban a mostrarse especialmente latosos y molestos, en parte por el aburrimiento y la monotonía, en parte porque ya les iba venciendo el sueño, y esto les hacía cada vez más impertinentes e inaguantables. Juanillo era reprendido por su padre cada vez que sacaba de la lumbre un tizón encendido y lo agitaba por los aires sin perder su moviendo con los ojos, fascinado por la estela colorida que dejaban las llamas tras de sí.

- ¡No juegues con los tizones, que te vas a orinar en la cama!

Su primo tocó la base metálica de las llares y se quemó en un dedo. Como premio por semejante acción recibió como recompensa un pescozón inesperado. Así, sin rechistar, arrugó el hocico y se tranquilizó por un momento.

El hijo del vecino se tiznó al tocar el "carbochero" donde se habían asado las castañas. Como por instinto, su mano se dirigía a limpiarse en la falda de la madre; pero su corto vuelo fue detenido en seco por un manotazo del padre, que adivinó al segundo las intenciones del muchacho.

Es muy tarde, y los mayores, cansados por el trabajo, ya no aguantan el continuo guerrear de los muchachos, unos y otros gritan desesperados:

- ¡Qué latosos estáis; os podíais ir a dormir y dejadnos trabajar en paz!-

Pero los pequeños no están por la labor de seguir tales consejos y vuelven a incordiar, hurgando en las cepas de la lumbre para que salten chispitas o potricos, echando cáscaras de castaña al fuego para que restallen saltarinas al arder o contiendo las navajas para imitar a los mayores que rascan las castañas, con el consiguiente peligro de la cortadura.

Entonces el abuelo, con su tono de patriarca, comienza a hablar de la “Jáncana”, para tratar de atrapar la atención de los chiquillos y mantenerlos dentro del mayor orden posible.

- A los muchachos malos que no se quieren dormir se los va a llevar la Jáncana…

- Eso, eso, vamos a llamarla, que venga, que venga…amenazan los mayores.

De entre todos amenaza la atención y la curiosidad de Juanillo, que interrumpe preguntando:

- ¿Y qué es eso de la Jáncana?...

Adaptación de un fragmento del cuento “La Jáncana”,

de José Luís Sánchez Martín



Ahora practica con ejercicios.

Lectura octava.

LA JÁNCANA


PRIMERA PARTE


Juanillo era un chiquillo ágil y despierto, de pelo negro intenso y tez aceitunada, y una mirada profunda que todo escudriñaba. Tenía unos seis años y era el menor de cuatro hermanos. Nacido de parto tardío, sus hermanos, mucho mayores, le sacaban entre diez y dieciséis años. Continuamente jugueteaban con él y le gastaban bromas y perrerías, por diversión general y como entrenamiento para que fuera fogueando en los duros altibajos con que la vida habría de columpiarlo. Sus padres trabajaban de sol a sol en las tareas del campo y no disponían de tiempo para regocijos.

Una mañana de finales de noviembre la familia de Juanillo madrugó. Al punto de clarear, su tío, su padre y su abuelo desayunaban sendos tazones de café hecho con leche de cabra, migados de pan, y unas perrunillas de manteca de cerdo. Iban a pilar las castañas, tarea consistente en golpear entre dos personas, de pareja talla, un saco de lona con el contenido de una cesta de castañas secas contra un mazón o tronco de cerezo negrino, de altura próxima al metro y forma cilíndrica, para despojarlas de la cáscara.

La cuadra, que estaba libre del mulo -estaba pastando en la pradera del encinar-, había sido habilitada para realizar la tarea de la pila de las castañas. En medio estaba el mazón de cerezo, desafiante y semienterrado en el estiércol, para evitar los posibles y molestos balanceos que se ocasionaban por el efecto de los golpes del saco de castañas sobre su superficie superior. El tío y el padre de Juanillo iban contando mentalmente los golpes dados a cada "pilotá" o cupo de castañas introducidas en el saco de lona y cuando uno de ellos, siempre el mismo, consideraba que eran suficientes, gritaba:

- "Buena........!

Y paraban de golpear.

Se vaciaba el contenido del saco de lona en una artesa de madera que, diestramente manejada por el abuelo en un rincón de la cuadra, servía para realizar una primera y burda limpia del fruto. Éste, por su mayor peso, quedaba depositado en el fondo de la artesa, mientras las cáscaras molidas y el polvillo salían despedidos de la misma, por efecto de mecánicos movimientos repetitivos de elevación y de descenso de la artesa acompañados de leves semiflexiones de piernas y brazos del abuelo. El polvillo abundante depositado en su escasa cabellera y en sus cejas daba un gracioso y raro aspecto algodonoso a la configuración externa de su cabeza. A Juanillo le hacía gracia y sonreía, levemente tiznado, desde la esquina de la puerta de la cuadra.

En el rincón donde el abuelo limpiaba las castañas con la artesa, algunas telarañas próximas al techo también se adornaban de polvillo, resultando menos transparentes, invisibles y ligeras que de costumbre. La araña se había retirado a lo más profundo del agujero, molesta por el ruido de los golpes y la invasión inesperada de su perpetua tranquilidad, siempre expectante y al acecho de algún bichito descuidado que pudiera quedar enredado en las redes de sus trampa engañosa.


Si quieres saber más…(// 8 //)


Su autor, José Luís Sánchez Martín es maestro, natural de Horcajo, alquería perteneciente al término municipal de Pinofranqueado. En el colegio de este pueblo (C.P. Luis Chamizo), imparte clases de Educación Primaria.


La adaptación ha sido realizada por Laura Caparrós González



Ahora practica con ejercicios.

Lectura séptima.

ROMANCE A UN PUEBLO HURDANO

Donde la sierra Altamira
descansa sobre la falda
orgullosa, sensiblera,
por ser de verdura tanta;
donde el castañar clarea
y el olivar se abalanza
ocupando los rincones
de pendientes y hondonadas;
donde abunda la frescura
y el cante del agua clara
acuna con su sonido
las convulsiones del alma;
Casar, con su morería,
vive la vida y no para.

Como barquillo velero
en la loma se remansa,
con sus casitas tendidas
bajo el sol de la mañana.

Casar, serrano y bravío,
crisol de sangre preciada,
donde las razas conviven
judía, morisca y cristiana.

José Luís Sánchez Martín

Si quieres saber más....(//7//)

Es el tercer romance de los agrupados como "Romances del canal de los moros”, titulado como “El trágico amor de un moro por la cristiana”.

Está dedicado al pueblo hurdano de Casar de Palomero.




Ahora practica con ejercicios.

Lectura sexta.

A UN RICO
(Soneto)

¿Quién te ha dado tu hacienda o tu dinero?
O son fruto del trabajo honrado,
o el haber que tu padre te ha legado,
o el botín de un ladrón o un usurero.

Si el dinero que das al pordiosero
te lo dio tu sudor, te has sublimado;
si es herencia, ¡cuán bien lo has empleado!;
si es un robo, ¿qué das, mal caballero?

Yo he visto a un lobo que, de carne ahíto,
dejó comer los restos de un cabrito
a un perro ruin que presenció su robo.

Deja, ¡oh rico!, comer lo que te sobre,
porque algo más que un perro será un pobre,
y tú no querrás ser menos que un lobo.

Jose María Gabriel y Galán (1870-1905)

Para saber más...(// 6 //)

En esta web podrás consultar la biografía de este gran escritor extremeño y conocer más cosas sobre su vida y su obra: www.lospoetas.com



Ahora practica con ejercicios.